sábado, 20 de septiembre de 2025

BALSAMO Y RAÍZ

 


Bálsamo y raíz.

   Y de repente, entre todo lo que brotaba de tu boca como gotas de llovizna —gotas que no querías en tu vida— estuve yo.
   Ya no querías mi presencia. Sin explicaciones, en una lista de “no quiero”, estaba mi nombre. Fue como si una tormenta cayera solo sobre mí, helada y desoladora, mientras el resto del mundo seguía bajo un cielo claro.

   No pude entenderte. Pero supe respetarte. Siempre supe respetar las decisiones ajenas, incluso cuando eran cuchillos dirigidos hacia mí.
   Agaché la cabeza —que pesaba como una piedra saturada de lluvia— y dije en voz baja:
bueno, me voy.

   Luego llegó el silencio.
   Recogí mis cosas despacio, como quien junta restos de un naufragio en la orilla. Me asombraba no sentir nada: era el adormecimiento del corazón.
   Un corazón cansado, como un pájaro de alas rotas que ya no quiere intentar volar.
   Un corazón anestesiado, convertido en mármol, incapaz de llorar.

   Ya no puedo llorar, ya no.
   Pero puedo escribir.
   Quizás estas palabras sean lágrimas transfiguradas: gotas pesadas y afiladas que no ruedan por mis mejillas, sino que caen sobre el papel como fragmentos de cristal.

   No guardo rencor; tampoco busco entender. ¿Para qué? El corazón fatigado solo quiere reposar en la soledad tranquila de mi hogar, abrazado a lo que aún amo.
   Allí, entre paredes que conocen mi voz y rincones que guardan mis huellas, podrá rehacerse.
   Allí, como semilla enterrada en la sombra, hallará la fuerza para volver a brotar, para alzarse otra vez después de este abismo.

   Solo el tiempo.
   El tiempo como bálsamo y como raíz.