martes, 30 de diciembre de 2025

EL CICLO DEL VIENTO Y LA RAÍZ


Se fue… sí, finalmente ocurrió. Se marchó como esas brisas sutiles que apenas despeinan el musgo y mecen las copas de los fresnos, pero también como esas tempestades eléctricas que lo desordenan todo, hasta los rincones más quietos del pensamiento.

Yo me quedé allí, habitando mi propia terquedad y mi inocencia, con las emociones vibrando a flor de piel; siendo tan yo, tan vidrio soplado a punto de estallar en mil astillas ante el menor susurro. Lo observaba todo desde mi refugio de silencio. A veces reaccionaba —pocas veces, a decir verdad—, pero siempre me mantenía en un estado de vigilia mental, aunque las conclusiones llegaran tarde, después de trazar laberintos de colores y bucles infinitos en el cielo de mi cráneo.

Y así, con los ojos bien abiertos, lo presencié todo.

Vi siluetas que llegaron y se desvanecieron como humo. Vi rostros que echaron anclas y aún permanecen. Vi a quienes, tras entregar el alma, se convirtieron en escarcha silenciosa y se marcharon hacia el olvido. Vi a otros que simplemente soltaron mi mano. Y entre todos ellos, distingo una presencia que veo crecer día a día; alguien que ya tiene el plumaje listo, pero que aún no ha batido sus alas para reclamar el cielo como un gran águila.

También me encontré conmigo mismo. Me vi llorar y me otorgué el permiso del llanto. Dejé que las lágrimas rodaran como gotas de plomo afilado, clavándose con un sonido seco en el suelo. Pero esas gotas no tenían nombre ajeno; caían por mí. Eran el tributo de un cuerpo en metamorfosis, rodando por pura inercia hacia una nueva piel.

Pero también reí. Reí hasta que el pecho me dolió de tanta vida. Fui feliz con los fantasmas y los ángeles que me habitan.

Este ciclo que acaba de expirar, este número que se tacha en el calendario, ha sido el suelo fértil de mi mayor madurez. No tengo dudas: seguiré expandiéndome como un árbol antiguo, estirando las ramas hacia lo incierto hasta que el destino me pida volver, finalmente, a la paz de mi raíz.

Ahora, con el aroma de la tierra mojada en el aire, miro con esperanza el horizonte de lo que vendrá.

 

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