Se fue… sí, finalmente ocurrió. Se marchó como esas
brisas sutiles que apenas despeinan el musgo y mecen las copas de los fresnos,
pero también como esas tempestades eléctricas que lo desordenan todo, hasta los
rincones más quietos del pensamiento.
Yo me quedé allí, habitando mi propia terquedad y mi
inocencia, con las emociones vibrando a flor de piel; siendo tan yo, tan vidrio soplado a punto de estallar en mil
astillas ante el menor susurro. Lo observaba todo desde mi refugio de
silencio. A veces reaccionaba —pocas veces, a decir verdad—, pero siempre me
mantenía en un estado de vigilia mental, aunque las conclusiones llegaran
tarde, después de trazar laberintos de colores y bucles infinitos en el cielo
de mi cráneo.
Y así, con los ojos bien
abiertos, lo presencié todo.
Vi siluetas que llegaron y se desvanecieron como humo. Vi
rostros que echaron anclas y aún permanecen. Vi a quienes, tras entregar el
alma, se convirtieron en escarcha
silenciosa y se marcharon hacia el olvido. Vi a otros que simplemente
soltaron mi mano. Y entre todos ellos, distingo una presencia que veo crecer
día a día; alguien que ya tiene el plumaje listo, pero que aún no ha batido sus
alas para reclamar el cielo como un gran águila.
También me encontré conmigo mismo. Me vi llorar y me otorgué el permiso del
llanto. Dejé que las lágrimas rodaran como gotas de plomo afilado,
clavándose con un sonido seco en el suelo. Pero esas gotas no tenían nombre
ajeno; caían por mí. Eran el tributo de un cuerpo en metamorfosis, rodando por
pura inercia hacia una nueva piel.
Pero también reí. Reí hasta que el pecho me dolió de
tanta vida. Fui feliz con los fantasmas y los ángeles que me habitan.
Este ciclo que acaba de expirar, este número que se tacha
en el calendario, ha sido el suelo fértil de mi mayor madurez. No tengo dudas:
seguiré expandiéndome como un árbol antiguo, estirando las ramas hacia lo
incierto hasta que el destino me pida volver, finalmente, a la paz de mi raíz.
Ahora, con el aroma de la tierra mojada en el aire, miro
con esperanza el horizonte de lo que vendrá.
