Habitaciones cerradas
En mi infancia
hubo dos habitaciones cerradas.
No lo sé...
¿las cerré yo?
Era muy pequeña
para tomar esas decisiones.
Pero las
habitaciones
no eran cuartos con ventanas,
ni camas, ni roperos.
Las
habitaciones tenían rostro,
nombre,
y se hacían llamar abuelas.
Crecí creyendo
que eso eran las abuelas:
habitaciones cerradas.
Con el tiempo,
la vida me mostró otras.
Abuelas de
brazos largos,
de besos que se quedaban en el cachete,
de buñuelos tibios,
de tortas en la tarde.
Abuelas
acolchaditas,
abuelas hogar.
Así no eran mis
abuelas.
Las mías eran silencio y distancia.
Frías.
Habitaciones cerradas.
La vida aún no
me ha dado nietos.
Pero si llegan,
yo lo sé:
voy a ser
una abuela acolchado.
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