martes, 10 de junio de 2025

ETERNA PRESENCIA

 


Tus ojos, profundidad de mar,
refugio donde naufragan las tormentas.
Cielo quieto, cautivo en tu mirada,
mirada de quien ha sabido vivir con verdad,
forjando amistades como quien talla madera noble
con las manos limpias de la duda.

Hablar pausino.
Andar sin prisas.
¿Existe acaso el antónimo de la ansiedad?
Era tu respirar.
Eras el silencio que no pesa,
el gesto amable que no exige.
Una vida entera de trabajo,
de oficios hechos con amor hasta el último día,
como si en cada clavo, en cada tela,
pulsara el corazón de un mundo sereno.

Te negabas a abandonar
lo que tus manos aún sabían amar.
Y formaste un nido.
Uno de verdad.
Sin barro en las palabras.
Con techos de risas
y paredes de bromas suaves.
Allí no habitaban los gritos.
Solo la complicidad de lo simple,
de lo esencial,
de lo bueno.

Luego, como ocurre en la danza del tiempo,
cada uno partió hacia su viento,
pero vos seguías ahí.
Farol encendido en la tormenta,
sombra que no abandona el sendero.
Siempre apoyando. Siempre.

Y entonces,
la vida, sagaz y traicionera,
permitió que la muerte entrara
con la crueldad de un rayo.
Repentina. Violenta.
No tocó a la puerta.
La atravesó.

Te robó de mí.
Me arrancó tu presencia amorosa,
dejándome con las manos vacías
y el alma atónita,
como un árbol talado sin despedida.

Quedé pasmado.
Quedé desolado.
Quedé reflexionando…
como si tu ausencia me obligara a rehacer
cada escena de la vida contigo.

Pero no estás ausente.
Estás en mí.
Como eco en la piedra.
Como raíz en el viento.
Como huella que no borra el agua.
Estás.
Para siempre.


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