sábado, 14 de junio de 2025

VALIENTE GUERRERA

 


En los helados campos de batalla, donde la escarcha cubre las huellas del valor y los cuervos de Odín sobrevuelan el aliento moribundo de los hombres, se alzaba una figura que combatía con fiereza y determinación. A simple vista, era un guerrero más entre las filas del clan, pero bajo su capa de lobo y su yelmo ennegrecido se ocultaba Hervor, nacida bajo el signo de la tormenta.

  Mientras las demás mujeres hilaban lana junto al fuego o amasaban en silencio la rutina, ella encontraba su dicha en el choque del hierro, en el aroma a sangre, en el rugido de los escudos quebrados. Cada batalla era un poema salvaje que escribía con el filo de su espada. Era hija de Angantyr, el berserker maldito, y la herencia de la furia corría libre por sus venas. Su nombre, secreto y prohibido, sólo era pronunciado por el trueno.

  Una mañana, cuando el cielo se quebraba en mil cristales de hielo y la niebla se aferraba a la tierra como un sudario, Hervor cayó en una emboscada. Los enemigos, sedientos de venganza, le hicieron una emboscada. La rodearon sin saber la verdad que ardía bajo su coraza. Peleó hasta el último aliento, sin dar paso atrás. Pero una lanza la atravesó —la misma lanza que habría honrado a cualquier Einherjar— y cayó al suelo, con los ojos abiertos hacia el firmamento, donde ya se dibujaban las alas de una valquiria.

  Fue Göndul, la recogedora de almas, quien la elevó al cielo entre un torbellino de luz y cuervos. En el Valhalla, el gran salón de los caídos, los guerreros se alzaron con respeto al verla ingresar, aún sangrando, pero altiva. Sus cabellos de fuego ardían como un presagio, su silueta se desprendía de la armadura como una revelación.

  Y entonces, el murmullo se volvió silencio. El gran Odín, desde su trono alto en el Hlidskjalf, palideció. No era posible. ¡Una mujer entre los caídos! Una transgresión a las antiguas leyes, una grieta en el orden eterno. Él, que todo lo sabía, no la había visto venir. Su furia agitó los techos del salón. El graznido de Hugin y Munin se escuchó como un presagio.

  Pero Hervor no bajó la mirada.

  Mientras los dioses discutían su destino, ella se mantuvo erguida entre los guerreros. Sabía que su paso por el Valhalla no sería eterno. Sabía que los muros de los dioses son altos, y que incluso la gloria puede tener fecha de expiración para quien nace mujer en un mundo de espadas.

  Esa noche, mientras el banquete rugía como un trueno, nadie encontró a Hervor en los bancos del festín. Solo quedó su espada cruzada sobre su lecho vacío, y una hebra de su cabello rojo danzando en el viento de los dioses. Algunos dicen que Odín la exilió al Niflheim, donde vagan los condenados. Otros, que escapó entre los lobos y ahora custodia las puertas del fin, esperando el Ragnarök.

  Nadie lo sabe con certeza.

  Pero aún hoy, cuando el trueno golpea la tierra, hay quienes susurran que Hervor camina entre mundos, armada, indomable... y libre.


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