jueves, 29 de mayo de 2025

CONTINUIDAD DE LA VIDA

 


Ellos se encontraron en una cabaña cercana a la finca de aquel hombre. Ella era de una hermosura sublime. Él, portador de gallardía y belleza propia de su genética romana. Tenían que llevar a cabo su plan. Estaban algo temerosos pues ninguno había realizado tal acción nunca, en especial él jamás pensó que la vida, el destino o su gran amor, le exigiría algo similar. Pero ya estaba abocado a la tarea, sólo era ultimar detalles de la ubicación de aquel hombre en la finca. Ella conocía todas sus costumbres y se asqueaba de repetírselas una y otra vez. Aquel hombre estaría leyendo es un sillón de pana verde y respaldo alto, de cara al ventanal. Solo se trataba de sorprenderlo por detrás y el plan estaría finalizado.

Él volvía a dudar una vez más, ella lo colmaba de besos llenos de pasión e inmoralidad. Besos que él sabía que pertenecían al hombre aquel que nunca le hizo daño y la colmó de cuanto ella pidiese. Se preguntaba también ¿si el testamento no tuviera a ella como beneficiaria? ¿cómo podría el satisfacer los caprichos de esa amada mujer? Jamás podría. Su humilde condición no se lo permitía. Aun así, ella le había prometido amarlo. Pero su razonamiento de hombre certero le decía que esto no sería posible. Ella, pronta viuda, joven y bella, buscaría otro hombre que la colmase de sus gustos y caprichos obscenamente caros. Y los hombres del pueblo la deseaban y le darían hasta lo imposible por tener esa mujer a su lado. Pero nadie la conocía bien como él. Ni siquiera aquel hombre, allá en su finca leyendo plácidamente. Sería un hombre tan culto, colmado de don de gente y amabilidad. Frecuentaba círculos de alta alcurnia y era muy apreciado por sus colegas médicos. Había salvado muchas vidas. Como la de su propia madre. Eso le carcomía la conciencia. Todos estos pensamientos eran una vorágine en su interior desde donde percibía el frío del metal, el arma elegida por ella para poner fin a su matrimonio.

Cuando volvió en sí de sus pensamientos encontró la mirada de ella expectante, quien lo beso ferozmente, quizás para terminar de convencerlo. Luego lo guio en cómo llegar hasta aquel hombre dentro de la finca, en qué habitaciones ingresar, donde el estaría, es decir, todos los pormenores.

Se despidieron.

A él le correspondía la acción más difícil y despiadada. Ella sólo esperaría.

Él llegó hasta la alameda que rodeaba la finca. Ingresó sigilosamente. Llegó a la gran casona y siguió el recorrido marcado por ella, el estaría en su sillón verde de espaldas a la puerta con vistas al ventanal. Su corazón latía con inimaginable fuerza por el crimen que iría a cometer. Paso habitación tras habitación, luego las escaleras, las puertas amplias y luego su estudio. Abrió el portal. El sillón verde de respaldo alto, el ventanal que ofrecía una vista generosa del parque. Todo como ella lo había dicho, hasta el detalle del humo de aquel hombre fumando. El frío metal palpitaba en su mano.

Todo como habría sido orquestado, con una diferencia. Aquel hombre, entrado en años, de mirada bondadosa y corazón noble, no se encontraba leyendo de espaldas al portal. Se encontraba mirándolo fijamente. Ambos se miraron y el recordó esa mirada y su voz diciendo “tu madre ha sobrevivido”. Se desplomó en la suave alfombra y lanzó el arma, se inclinó más aún. Solo una palabra musitó… Perdón.

 

Sandra Brinkworth, 2 de octubre de 2024

 

Personajes e inspiración tomada del cuento de Julio Cortázar “Continuidad de los parques”

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