jueves, 29 de mayo de 2025

CUATRO FOTOS

 


Recostada en la cabecera del alto sillón del living, percibiendo la suave brisa que se escabulle desde el ventanal, la mañana me ha encontrado melancólica. Un sueño, una mirada no correspondida, mi reflejo en el espejo, no lo sé, algo me arrebato esta añoranza.

             Observé la bella caja decorada con mis hábiles manos sobre el estante. La caja del recuerdo… fotos. Abrí minuciosamente la caja y elegí cuatro fotos al azar. Al sentarme suavemente y mirar esas cuatro fotos, la melancolía se adentró con dolor.

            En la primera, una adolescente risueña. Grandes ojos esmeralda miraban la lente con ávida curiosidad de su futuro. El semblante feliz, sin marcas del tiempo, fresco, aniñado. La observé un lapso recordando aquellos momentos vividos. Luego la segunda foto, una joven mujer, es sus veinte y algo, mirando con pasión el niño de dos años que se encontraba entre sus brazos. Éste mostraba felicidad con su helado en la mano. La joven tenía un dejo de tristeza en la mirada, a pesar del amor hacia ese niño, se notaba en la finas e imperceptibles arrugas que había pasado malos momentos. Otra vez mi memoria retomando algunos momentos dolorosos que creí olvidados. La tercera, un retrato profesional de gran tamaño, mostraba una mujer muy bella, serena, con pequeñas señales de sus casi cuarenta. Pese a la edad, su rostro no daba señales del paso del tiempo. Sus ojos y su mirada sí. Una tristeza profunda, mezclada con remordimiento expresaba su mirada penetrante, a través de dos luceros esmeralda. El tiempo no pasaba por su rostro, se encontraba en la mirada. Me pregunté ¿puede la mirada envejecer? Note que sí. Luego, presurosa observe la cuarta foto. Una mujer, de cincuenta años según el pastel de cumpleaños, mirándolo fijamente, abrazada a ese niño, ya adulto, lleno de amor en sus manos y su rostro. Ella, la mirada perdida en el incipiente fuego de la vela. Su rostro, si bien se mantenía aun joven, denotaba el paso de los años y de las penas sufridas. Las arrugas no habían hecho estragos, pero si el peso de una vida con remordimientos, mostraba sus parpados caídos y la comisura de los labios inclinada levemente hacia abajo. La mirada, pues era lo más impactante. Perdida en fuego fatuo que aún puede llamear, dejaba entrever una vida de lucha, dolor y sufrimiento. Aunque también mostraba un amor incondicional hacia quien era su esmero. Sus manos algo arrugadas, tomadas fuertemente a ese niño hombre, denotaban que este era su única misión en la vida.

            Solo cuatro fotos.

Levantó levemente la mirada hacia el ventanal y veo reflejado el rostro de una anciana, marcada por el paso de los años, conservando una belleza madura y lo que caracterizo su rostro durante su vida, sus ojos esmeraldas.

            Observé por un tiempo ese reflejo pensando en que estaba bien. Amigándome con esas mujeres del pasado, recordando la juventud, pero sin tristeza. Viendo su madurez con un poco de nostalgia e inquietud por el peso de las acciones pasadas. Pero más feliz a la espera que llegue con ella ese nieto adorado. El pequeño hijo de ese hombre niño, su apéndice, su evolución. Esto bastaba para hoy ser feliz.

            Esa mujer soy yo.

Sandra Brinkworth, 9 de octubre de 2024

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