Ella me nombró
Sí, ya sé.
Me negué a nacer.
Fue complicado hacerme reaccionar.
¿Acaso ya
danzaba
mi subconsciente?
¿Susurrándome al oído:
“No vas a poder”?
Pero obró un
milagro:
ella me nombró.
¿Mi nombre
ya había sido elegido?
¿Fue ese grito desesperado de madre
el que me trajo de vuelta?
Aunque me
negaba,
y me negaría siempre,
ella seguía nombrándome.
Y yo volvía.
Como hijo
pródigo.
Como oveja negra.
Con lágrimas en los ojos
y cicatrices en los brazos.
¡Ay de ella!
¡Cuánto dolor,
madre mía!
Y ni siquiera…
nos elegimos.
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