La luna descendía suave como un suspiro, mientras la nube que abraza le acariciaba el alma. Ella, mujer serpiente, lanzaba su dado de tres caras: casa, choza, cabaña. Cayó “casa”. Pero no quería paredes. Quería origen. Recordó entonces cuando el bronce fue fuego domado: la primera chispa en su linaje. La sombra que flotaba sobre su cabeza era su yo anterior, la que dormía en la cueva. Hoy, con la luna entre sus manos y la serpiente susurrando verdades, supo que no habría refugio. Solo tránsito. Porque algunas mujeres no habitan… atraviesan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario