El Lamento del Guerrero por su Amor Perdido
Mi pequeña, mi amada, frágil como una gota de rocío y
dulce como néctar de miel. Te han arrancado de mí, llevándote lejos. Aquellos
que juzgan el amor sin sentirlo, dicen que no te merezco. Pero mi alma sabe la
verdad. Te imagino etérea, con tus largos cabellos rubios ondeando mientras
recoges flores en un jardín, vestida de rosa, como tanto te gusta. Inmensamente
tú, terriblemente sola. Mi corazón, que ha conocido guerras y batallas, fuerte
como una roca, se estremece al pensar en tu soledad y desasosiego, que espejan
los míos. Mi pecho sangra al saber que no estás, sin que nadie me revele dónde
te han escondido.
Recordé entonces a tu fiel amiga, el hada diminuta del
bosque, a quien confiabas los secretos de nuestro amor. Iría a buscarla, sin
importar mi apariencia de guerrero que pudiera asustarla. Rogaba a los dioses
que se apiadaran, pues en ella residía mi última esperanza para llegar hasta
ti.
El Encuentro en el Bosque Profundo
Me adentré en la umbría del bosque. Las criaturas, al
verme, abrían paso con reverencia. En lo más profundo, allí la encontré. Sin
mediar palabra, me tendió una irisada mariposa, una belleza jamás vista por mis
ojos. Su vuelo, un susurro silencioso, era la sentencia: debía llevarla a la orilla
del río y liberarla. Ella volaría hasta mi amada y, al llegar, un arcoíris se
formaría en el cielo. Solo tendría que seguirlo para encontrarme contigo.
Lleno de una ilusión que encendía mi alma, emprendí la
labor. La mariposa, consciente de su sagrada misión, alzó el vuelo. Pasaron
horas, eternas y silenciosas, mientras mi mirada se perdía en el firmamento. Y
entonces, como un milagro tejido con hilos de luz, el arcoíris se desplegó.
Partí de inmediato, siguiendo sus colores vibrantes a través de días de
incansable camino.
El Reencuentro Bajo el Arcoíris
Finalmente, el sendero me condujo hasta ti. Te encontré,
durmiendo plácidamente sobre un colchón de paja, con la mariposa irisada
custodiando tu sueño a tu lado. Tu bello vestido rosado, una nota de color en
la penumbra, apenas se movía con tu respiración suave. Me acerqué, mi corazón
latiendo con la fuerza de mil tambores, y me arrodillé a tu lado. Con ternura
infinita, te tomé la mano, sintiendo la calidez de tu piel. Tus ojos se
abrieron lentamente, y una sonrisa se dibujó en tus labios al verme. En ese
instante, el mundo se desvaneció. Solo existíamos tú y yo, envueltos en la
promesa de un amor que había desafiado la distancia y la desesperación, un amor
tan eterno y brillante como el arcoíris que nos había reunido.
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