Habían
pasado casi seis meses de nuestra ruptura. Pensaba que esa etapa, por el
sufrimiento que me ocasionó, nunca volvería a mí. Pero estaba equivocada. Apareció
en mi portal con una sonrisa, flores, y un borbotón de palabras que pedían
perdón y una nueva oportunidad. Al mirarlo a los ojos comprendí que mis
sentimientos seguían imperturbables a pesar de sus infidelidades pasadas. Él habló,
me explicó detalladamente el porqué de sus acciones, pidiéndome perdón una y
otra vez. Lo dudé. Pero flaquee, volví a confiar en él y a estar a su lado.
Los días pasaban tranquilos, había un
cambio radical en él. Volvimos a ser la pareja de siempre. Volví a confiar.
Pero ¿qué pasaba por mi mente? Un mar de contradicciones, de revivir sus
mentiras, de incomodidad, de miedo. Él no lo notaba. Nadie lo notaba. Yo lo
ocultaba aferrándome a su promesa de “nunca más”. Pero en mi mente danzaban emociones
perturbadoras. ¿Celos? Desconfianza, incredulidad. Miedo, un miedo intrigante, hacía
que mi corazón galope con más fuerza, mi
piel quedase blanca. Sentimientos y emociones que querían salir de mí y gritar
lo que sentía. Pero lo aplacaba, recordando su promesa y tratando de ser una
mujer fuerte.
Él, de verdad, estaba siendo muy
transparente. Hacía todo lo posible para que yo confiara. Pero una llamada, un
mensaje… volvía a retorcer toda mi mente de preguntas. Más preguntas, ¿Quién
es? ¿Dónde vas? ¿Qué hiciste anoche? Preguntas que nunca se las pronunciaba.
Quedaban en mí. Lo sé, mi corazón había quedado dañado. No lo podía evitar.
Solo lo podía disimular.
A veces lo conversaba con alguna
amiga, quien me decía que un hombre
infiel nunca deja de serlo. Yo seguía con mi postura de superación. Pero solo eran
las apariencias. Dentro de mí danzaban insolentes mis dudas, miedos,
sentimientos de inferioridad. Era una lucha que ya llevaba tiempo, unos meses,
pero me estaba destruyendo por dentro.
No flaqueaba en mi postura. Nadie
intuía, ni él, el torbellino que se suscitaba en mi interior. Nuestros
encuentros eran agradables, amenos, sentíamos mucho amor mutuamente. Él tenía
su rostro más sosegado, había dejado la
ansiedad atrás, reflejaba paz y tranquilidad. Yo todo lo observaba y éstas
actitudes de él me sosegaban. Era inevitable, dentro mío no había sosiego ni
paz. El torbellino de dudas seguía entronizado en mí, cual rey inescrutable.
Un día cercano a la primavera sentí
una sensación peculiar. Comenzaba en mi interior inquieto y afloraba por mi
cuerpo, mis ojos. Yo lo rechazaba. ¡No! ¡No! Yo no soy así, yo se controlarme…
¡no! ¡No!... Ël estaba frente a mí conversando de algo que yo no escuchaba,
porque solo escuchaba mi cuerpo y mi interior. Estaba al borde de un abismo
interno, mi alma temblaba como un volcán en letargo, acumulando fuego y rabia,
listo para desatar su furia ardiente en un estallido de pasión contenida por
tantos meses. Aguardando el momento de liberar la lava ardiente de emociones
reprimidas. Él me miraba… Y seguía con su charla…
- ¿Te
acordás del viaje a Mendoza?
-
¡No! ¡No! ¡No te creo
nada! ¡Me mentiste muchas veces! ¡Me heriste y no te importó! ¡No! ¡No! ¡No lo merezco!
¡Fuiste cruel! Mi corazón no puede volver a confiar en vos. ¡No te quiero en mi
vida!
En
ese momento todo el dolor y el temor acumulado en mí desapareció, se esfumó con
esas palabras, al igual que él.
Ese
momento fue mi liberación.
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