Caminando
por esta senda de escarcha,
hallé, otra vez, la bifurcación.
No fue la primera, ni será la última,
como no lo es el dolor,
ni el silencio que me acompaña.
¿Izquierda o
derecha?
Ambos caminos susurran.
Demasiadas señales,
demasiada niebla en las palabras.
Los que caminan a mi lado,
—rostros sin rostro, pasos prestados—
no me oyen,
ni quieren oírme.
Toman, sin vacilar, el sendero de la izquierda,
alfombrado de tibias seguridades,
de paredes lisas sin grietas.
Yo…
yo tomaré el otro.
El de los carteles oxidados,
el de las letras rojas que murmuran:
“Peligro”
—palabra hermana,
compañera fiel de mis desvíos,
susurros de humo y agua,
soplos de temor no temido.
Iré por
donde el viento corta,
por donde el suelo sangra cristales.
Danzaré sobre cuchillas de lo incierto,
porque esa es mi coreografía:
pies desnudos,
alma a flor de fuego,
decisión en el pecho como antorcha encendida.
Ellos irán
al mullido letargo,
yo…
yo abrazaré la intemperie.
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