Paloma herida,
tu ala lacerada te ha dejado vulnerable,
y en tu mirada se ha instalado una tristeza
que tiñe el aire que respiras.
¿Por qué se ha
quebrado así tu corazón?
¿Por qué has dejado que el silencio
invada las pequeñas dichas que antes amabas?
Ya no celebrás lo cotidiano,
ya no buscás metas ni desafíos.
¿Acaso esa
pequeña herida
derrumbó por completo tu mundo?
Ave Fénix,
¿por qué aún no has renacido de tus cenizas
como lo hiciste tantas veces?
Sabés de noches sin luz,
de juicios ajenos,
de los ojos que te señalaron sin compasión,
de ese hastío interminable que parecía no tener fin.
Y aun así,
con tus alas chamuscadas,
supiste volar.
Siempre
elegiste el sendero más difícil,
con espinas, con palabras torcidas,
con miradas punzantes.
Y sin embargo…
volaste.
Volviste una y
otra vez
porque había un nido que te reclamaba,
porque tu cría esperaba ese fuego que te movía.
Quizás hoy él
ya no necesite tu abrigo,
pero sí tu vuelo.
Sí tu fuerza.
Sí tu renacimiento.
Él nota tus
alas caídas,
tu tristeza sin nombre,
tu espalda encorvada por un peso que no merecés.
Te ha dicho muchas veces:
"¿No podés levantarte, aunque sea por mí?"
Pero yo lo sé,
esta vez el fuego debe nacer por vos,
por tu amor a la vida,
por tu deseo profundo de ser,
no solo de seguir.
Tu resiliencia
no puede depender siempre del otro.
Debe surgir del amor que nunca aprendiste a darte.
Te ocupaste de leer los rostros ajenos,
de adivinar gestos, de entender emociones.
Pero, paloma,
nunca te miraste a vos misma
con esa misma compasión.
No te
entendiste.
No te amaste.
Te dejaste
llevar por el viento
como quien no merece elegir su rumbo.
Y sin embargo,
aún tenés fuego,
lo sé.
¿Querés seguir
en la tierra,
con el ala herida,
o querés volver a arder,
a ser Fénix otra vez?
Dejá de ser
Sísifo,
arrastrando esa piedra
que siempre cae.
Merecés más,
paloma herida.
Merecés el vuelo.
Merecés la llama.
Merecés vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario