martes, 14 de octubre de 2025

CIELO DE FUEGO Y ARENA MOJADA

 




Aquel verano de tantos años atrás,
el sol me ardía por dentro con tu mirada,
con el roce de tu piel dorada
y tu voz varonil, profunda y tenaz.
La pena que me llevó a vacacionar allí
se borró apenas tus ojos me rozaron,
ojos que en mi juventud soñaron
antes incluso de verte venir.

Y así corrían los días, lentos y encendidos,
bajo un cielo de fuego y arena mojada;
nuestros cuerpos, en sombras entrelazados,
bebían el néctar de besos prohibidos.
Promesas de siempre, palabras aladas,
sin contar las horas ni mirar el calendario,
como si el mundo entero y su horario
se rindieran al latido de nuestras miradas.

El verano de nuestro amor fue como un sueño
del que no quería despertar,
pero la vida no es un sueño,
y el tiempo sigue adelante.

Ciegos fuimos al filo del adiós,
y el verano se extinguió sin clemencia;
el último beso llegó con su dolencia,
y el viento lo guardó, callado testigo de los dos.
Las promesas de un mañana se dijeron
con labios temblorosos, en voz quedada,
mas nunca florecieron en la alborada:
como semillas de humo en el aire murieron.

Aún guardo ese beso de despedida,
como una rosa seca entre mis memorias,
como un relámpago suave que no olvida
la sombra tibia de nuestras historias.
Y todavía busco tu mirada perdida
entre ojos cansados y gestos sin luz,
con la esperanza de hallar, tras tanta cruz,
el destello azul que mi alma anida.

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