jueves, 16 de octubre de 2025

LOS INMORTALES

 



Siempre ilesos y jocosos tras las batallas, iban de cantina en cantina, dejando a su paso charcos de sangre reseca y cristales rotos que crujían bajo sus botas. Insistían en que Dios había muerto, siendo ellos superhombres.

Desde las sombras, un dios sucio y harapiento, con ojos blancos de ceguera y labios agrietados que rezumaban pus negro, los observaba, restregándose las cayosas manos llenas de barro y despojos humanos. Su aliento olía a carne podrida y humo de calderas infernales.

Los sátrapas inmortales seguían así sus líos, entre risas ásperas y gruñidos guturales, sin inmutarse por nada: ¿qué podría preocuparles? Entre ellos se reflejaban cráneos rotos, vísceras colgando de paredes húmedas y murciélagos de ojos brillantes que colgaban del techo.


Cientos de días vagaron hasta que, en una cantina sucia, plagada de cucarachas gigantes y moscas que zumbaban sobre charcos de bilis, encontraron un espejo peculiar. Al mirarse, vieron sus almas: viejas, inmundas, putrefactas, cubiertas de llagas abiertas, envueltas en humo negro y hedor de condena. Sus rostros se deformaban en gritos silenciosos mientras sus sombras se retorcían en las paredes como serpientes de ceniza. Quisieron morir. Lo intentaron. No pudieron. ¿Fueron castigados por su inmoralidad?

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