¡BASTA!
Siempre fui asidua las librerías, nunca me pude negar a entrar a
una. Aunque supiera que quizás no compraría nada.
Estaba de viaje por Europa, precisamente
en el casco antiguo de la ciudad de Burgos. Es un lugar donde se respira
historia en cada rincón, su
arquitectura, monumentos y ambiente hacen que haya sido un destino
imprescindible para mí. Era un sitio repleto de historia y encanto, que me
transportaba a tiempos pasados. Calles empedradas, plazas pintorescas y una impresionante
arquitectura medieval. Sabía que allí, a la vuelta de cualquier esquina me
encontraría con una encantadora librería. Y fue así como me encontré con la
tradicional librería “Hijos de Santiago Rodriguez”
Esta librería es una de las más
emblemáticas y tradicionales de la ciudad. Fundada en 1850, ha sido un punto de referencia cultural y
literario durante más de un siglo y medio, manteniéndose como un lugar querido
por los burgaleses y visitantes como yo. Me encontré en el portal, sentí una
sensación muy peculiar que no podría describir. Rechacé la guía del personal de
la tienda y me dispuse a recorrerla, siguiendo mi instinto de lectora ávida.
Todos los libros llamaban mi atención. Había uno en particular que me atraía,
con una energía que nunca antes había sentido. El lomo no tenía título ni
autor, era de color negro azulado, muy similar al que tenía en mi biblioteca,
“Zaratustra” de Niezstche, que casualmente su lomo estaba ilegible por el uso.
Pensé que éste corrió el mismo destino. Analicé que un libro muy leído tenía
una buena referencia. Siempre pensé que los libros más envejecidos por el uso
eran los que mejor data daban por sí solos. Lo ojeé y encontré palabras
familiares… no dude más, me dirigí al mostrador y lo compré.
Mi tarde siguió en un café,
escribiendo, aunque pensaba en el libro. Cuando al fin se hizo la noche regresé
al hotel. Pedí mi cena y entré en mi habitación. Era hermosa, con grandes
cortinas y veladores con luces tenues. Cené, tomé una ducha y me dispuse a
tenderme en mi cama para leer con curiosidad el enigmático libro.
Encendí la luz de la mesa de
noche y comencé con la lectura. Me llamó
la atención que el libro no tenia título ni prólogo. Su dedicatoria decía “… A vos”. Comencé a
leer. “…Nací en una familia acomodada de la zona de Chacarita en Buenos Aires,
Argentina. Fui única hija de un matrimonio bastante dispar. Mi madre era actríz,
muy bella y superficial; mi padre un renombrado arquitecto muy estructurado. Mi
crianza fue en manos de nanas, me querían muchísimo. Pienso que les daba pena
el abandono con el que crecía. Nada material me faltaba, carecía de caricias y
palabras de cariño paternos. Había días que no veía a mis padres. Mi día lo
llenaban mis nanas y mis actividades de danza, piano e idiomas…” Cerré el libro abruptamente. Me sentí muy
identificada con mi infancia, demasiado. Había nacido allí, las profesiones de
mis padres, mi niñez. Exactamente relatada. Sentí confusión… si bien yo soy
escritora, eso no lo había escrito y jamás lo escribiría. Mi curiosidad pudo más
y continúe la lectura.
La caída de la bici, la nana
Beatriz corriendo, la ambulancia, la cicatriz. Me miré la cicatriz. Allí
estaba, en mi pierna y en el libro. Y Beatriz y sus ojos celestes enormes y
llorosos por mis lágrimas. Todo estaba allí en ese libro.
Mis quince, mi vestido lila soñado,
la fiesta soñada, pero papá no estaba allí. Todos sabían que estaba en Brasil
con su amante. Todos, el libro también. Mi primer novio Esteban, mi amor por él, el libro lo sabía, como sabía
del complot de papá para deshacerse de él porque no era de alcurnia. Mi dolor.
Yo lo recuerdo. El libro me lo repetía. “…Y lloré, lloré muchas noches, incontadas noches. No tenía a nadie. No estaba mi nana
Beatriz, a mi madre le importaba más el resultado de su lifting que mis
lágrimas. Mi padre estaba feliz buscándome un novio abogado... Yo solo lloraba…”
Ya no tenía dudas, ese libro describía
todos los pormenores de mi vida. ¿Cómo sería eso posible? Quien lo habría
escrito. ¿Qué ser omnisciente tomo lápiz y papel y escribió sobre mí, mis
sentimientos más íntimos, mis sufrimientos? No podía entenderlo. Creí estar
soñando. Pero no podía dejar de leer. Al fin, era mi vida. Ya lo había vivido.
Era solo recordarlo. Algunos párrafos eran dolorosos, otros no. Como fue mi
vida. No todo fue un huracán. Creo que como la vida de todos los seres humanos.
No iba a encontrar nada nuevo. Era la narración de mi vida. Quizás encontraría
algún recuerdo olvidado. Ya estaba jugada. Si era un sueño desde que encontré
el libro, no sería tan malo. Seguiría leyendo convencida que soñaba.
Continué la lectura. “…Me decidía,
a cada instante de mi vida, a alejarme radicalmente a la imagen que me había
formado certeramente de mi madre. Aunque había heredado de ella su belleza, y
de mi padre su inteligencia, mi vocación se fue forjando hacia un área humanística,
la filosofía. Completé la licenciatura, luego el postgrado en Nueva York
dedicándome de lleno a la docencia y a escribir libros…” Al leer este breve
párrafo del texto recordé la necesidad abrumadora que sentía de alejarme de
todo lo que significara el mundo que habían construido mis padres, un mundo con
cemento de bases en la superficialidad,
traiciones, estafas. Yo no quería esa vida para mí. Hubiera renunciado hasta a
la vasta herencia para no tener nada que ver con ellos. Incluso mis libros los
firmaba con un pseudónimo. Obviamente que he cometido errores, estoy segura que
los mismos que ellos no…”
A medida que leía este libro, más
dudas rondaban en mi mente. Era como mi diario, yo nunca lo escribiría. Si lo
hubiera hecho jamás lo hubiera publicado. Y aún, si así fuera, cómo podría
haber llegado a un pueblo de España, y en estas condiciones, tan usado. Seguía
embriagada deseando estar en un sueño. Quizás el cansancio de un largo día. Quizás
la llamada de mi madre, diciéndome que volvería a contraer matrimonio, me
contrarió. Trayéndome todos los recuerdos de mi vida. No lo sé. Esto era muy
raro para mí. Surrealista.
“…Me había casado con un hombre
al que amaba profundamente...” Esta simple oración fue el recuerdo de una
vorágine de pasiones, desencuentros y traiciones. Sentí nuevamente el dolor de
ese amor no correspondido, de mi hijo fallecido. Esa etapa de mi vida que tanto
me costó superar. Años de terapia. Sólo una oración. Comencé a llorar. Evidentemente
no estaba superado, salteé hojas para no revivir todos esos momentos tan
dolorosos.
“… Con Margarita, mi mejor
amiga, habíamos comenzado a planear nuestro viaje a Europa. Comenzaríamos en
Portugal, recorreríamos varias ciudades y luego iríamos a España, cuyo último
destino sería la ciudad de Burgos. Lamentablemente Margarita se enfermó a último
momento y tuve que realizar el viaje sola…”. Recordé a Margarita, escrita en
las páginas del libro. Efectivamente, este viaje lo haría con ella. Era una
mujer de mi edad, en sus cincuenta, divorciada, y con la mirada más bella y sincera
que conocí. También era filósofa y nos unían tardes de filosofar hasta horas de
la madrugada, tomando algún vino añejado. Quizás si ella hubiera estado
conmigo, no estaría condenada a leer este libro.
“… Había llegado a la librería
“Hijos de Santiago Rodriguez”…” Hojeé lo que quedaba del libro y me percaté con
horror que este continuaba algunas páginas más, no sé cuántas, pero más de quince
o veinte, luego seguían unas en blanco y luego la contratapa. No entendía. Ya
no era mi pasado. Se estaba acercando a mi presente. Estaba en el día actual. A
pesar que eran pasadas las veinticuatro horas, a la librería había entrado aproximadamente
a las dieciséis horas. Estaba muy confundida.
Saltee unas hojas y continúe con
la lectura, cuyo tiempo verbal cambio drásticamente al presente. “Estoy leyendo
este libro y estoy muy confundida. Recostada sobre la tersa cama del hotel con
sus bellas cortinas y su luz tenue…” lo cerré. Sentí ira, incertidumbre. Los
libros siempre fueron mis aliados y mi escape en mi adolescencia. Este no, era
un enemigo que acechaba con decirme que pasaría mañana, y mañana y mañana…
Al día siguiente viajaba de regreso
a Buenos Aires y quería despertar y que esto fuera un sueño. Esto era demasiado
para mí.
A la mañana siguiente me
despertó el sol entrando por los ventanales. Tenía el vuelo a las catorce. Vi
el libro en la mesa de noche, no lo abrí. Me concentré en hacer mi equipaje.
Hice sonar por “última vez” la cajita musical que le regalaría a mi pareja y
luego la volví a envolver y la guardé. Posé nuevamente la mirada sobre el
libro. Decidí guardarlo en el bolso de mano. Bajé a almorzar. A las once estaba
lista para tomar el taxi rumbo a Barcelona.
Abordé el avión, clase primera.
Me esperaban algo de trece horas de viaje. En mi bolso tenía dos libros, uno
“Tres escritos” de Jaqces Lacán y el otro… ese libro. Seguí con la lectura de
Lacán, ya que en unas semanas daría un seminario.
Las horas iban pasando, yo
tomando nota de lo más relevante para mi exposición. De pronto algo, una angustia,
curiosidad, necesidad de saber, me hizo guardar el libro y tomar el otro. Junto
con mis sentimientos o acompañándolos comenzaron unas fuertes turbulencias.
Tome el libro, lo abrí. “…Hay unas fuertes turbulencias, las azafatas en el
altavoz piden que nos abrochemos los cinturones de seguridad…” Cierro
bruscamente el libro al oír a las azafatas que pedían que nos abrochemos los
cinturones. Comienzo a sentir terror, al comprobar que las páginas del libro se
están acabando. Luego pienso lógicamente, como suelo hacerlo, que nadie, ni yo,
puede predecir el futuro. De serlo así, mi vida hubiera sido más fácil y jamás
hubiera perdido a mi hijo. Veo a las azafatas sentarse y abrocharse los
cinturones de seguridad. Me siento intranquila. Siento que la suerte está
echada, continúo a regañadientes con la lectura. “…Los rostros de las azafatas
desfigurados del terror. En la cabina de los pilotos se escucha Mayday, Mayday,
Mayday, Este es el vuelo
1234. Tenemos una falla importante en el motor. La posición es 40 millas al
este del aeropuerto XYZ a 25,000 pies. Caen las máscaras de oxígeno…”
¡Basta!
Sandra Brinkwoth
10 de julio de 2024