“Echar culpas es una forma sutil de negarse a sí mismo: quien no reconoce sus errores se excluye del aprendizaje y del crecimiento.”
Letras, vínculos, poemas, pinturas... arte
sábado, 18 de octubre de 2025
NO DECIR
El viento, como un secreto
antiguo, se lo susurra al oído.
El mar embravecido, con cada ola que estalla contra el acantilado, lo grita en
la oscuridad de la noche.
Los cristales de su copa rota, esparcidos como luciérnagas muertas sobre el
suelo frío, dibujaron sus iniciales.
El
nombre de ese ser oscuro, aquel que le arrebató la vida a su amada, estaba
allí, expuesto como una herida abierta.
¿Por
qué él calla?
¿Por qué él lo carga como si fuera su culpa?
¿Por qué el no quiere decir su nombre, si la sombra ya lo reclama?
jueves, 16 de octubre de 2025
LOS INMORTALES
Desde las sombras, un dios sucio y harapiento, con ojos blancos de ceguera y labios agrietados que rezumaban pus negro, los observaba, restregándose las cayosas manos llenas de barro y despojos humanos. Su aliento olía a carne podrida y humo de calderas infernales.
Los sátrapas inmortales seguían así sus líos, entre risas ásperas y gruñidos guturales, sin inmutarse por nada: ¿qué podría preocuparles? Entre ellos se reflejaban cráneos rotos, vísceras colgando de paredes húmedas y murciélagos de ojos brillantes que colgaban del techo.
Cientos de días vagaron hasta que, en una cantina sucia, plagada de cucarachas gigantes y moscas que zumbaban sobre charcos de bilis, encontraron un espejo peculiar. Al mirarse, vieron sus almas: viejas, inmundas, putrefactas, cubiertas de llagas abiertas, envueltas en humo negro y hedor de condena. Sus rostros se deformaban en gritos silenciosos mientras sus sombras se retorcían en las paredes como serpientes de ceniza. Quisieron morir. Lo intentaron. No pudieron. ¿Fueron castigados por su inmoralidad?
BUCLE
En esta mañana calurosa de primavera, las olas
turbulentas de la vida golpean mi orilla como bestias cansadas y, apenas rozan
mi arena, huyen despavoridas hacia el fondo del mar. Me dejan rodeada de un
silencio espeso, como un manto de polvo viejo que se adhiere a la piel del
alma. La arena —seca, sorda, obstinada— se niega a crujir bajo mi peso, como si
también ella hubiera renunciado a existir.
Espero ansiosa la próxima ola, esa que alguna vez me traía frescura, compañía o
aunque sea el roce fugaz de otra presencia. Pero no llega. Se pierde en algún
océano lejano. Se disipa en minutos que se desangran, en horas que duelen, en
meses que pesan como piedras húmedas sobre el pecho. Así es mi soledad: muda,
hueca, interminable… como un cuarto sin puertas ni ventanas, donde hasta el eco
se ha exiliado.
Dicen que la soledad es buena, que purifica, que enseña. No conocen la mía.
En mi mente danzan voces invisibles: algunas florecen como un jazmín en la
oscuridad, pero otras rumian como animales encerrados, repitiendo sus pasos en
círculos, desgastando la tierra del pensamiento. Siempre me arrastran al mismo
pantano: al tedio, a la sinrazón, al absurdo, al vacío.
Cuando las olas tardan demasiado, quisiera huir de mi cabeza como quien escapa
de una casa en llamas. Me refugio en banalidades, en ruidos sin alma, en tareas
inútiles que anestesian el tiempo hasta dejarlo muerto, rígido, inservible.
Pero al final, el bucle me abre la puerta como un carcelero paciente y me
recuerda, con fría perfección, la dimensión exacta de mi soledad.
Las horas se derriten, los días se marchitan, las estaciones se suceden con
indiferencia, y los años se deslizan como hojas secas que nadie barre. Nada me
sacude hasta la raíz. Sobrevivo. Miro. Respiro como quien flota en un sueño
ajeno. Observar sin juzgar se ha vuelto mi modo de permanecer: quizás para
aprender del mundo desde afuera, tal vez para amar sin ser vista.
Me siento en la punta de una montaña detenida en el tiempo. El mundo gira,
se enciende, grita, ama, cae y vuelve a levantarse, pero yo permanezco quieta,
como una piedra antigua que ya no recuerda quién la talló. Mis pensamientos,
esos pájaros desbocados, chocan contra mi cráneo como si fuera un farol sin luz
perdido entre la bruma.
Y aunque no lo digo en voz alta, lo presiento: algún día, todo este ruido
interno, toda esta danza hueca de sombras y palabras no dichas, se apagará de
golpe. No habrá ola que regrese, ni arena que escuche, ni montaña que me
sostenga. Solo el silencio final, ese que no se retira… ese que lo devora todo.
miércoles, 15 de octubre de 2025
A ESTA EDAD
Que mi cabello insiste en volverse plata,
que mi rostro y mi cuerpo se entregan, dóciles,
al imán oscuro de la gravedad,
que la pasión de la juventud se ha vuelto brasa quieta,
no importa: que me quiten todo.
Pero
—por ese dios que no existe—
que la memoria no me desgaste el pulso de las palabras.
Ellas, las que respiran en mi sangre
como animales dormidos que sueñan con despertarme;
las que se enredan en mis huesos
como raíces aferradas a un árbol enfermo;
las que sostienen mi pensamiento
como un puente sobre un abismo sin fondo.
Imposible pensar sin palabras.
Son
ellas las que me empujan a escribir
poemas, cuentos, historias, sentires;
las que me atraviesan como lanzas encendidas
y me dejan el corazón sangrando y agradecido.
Esas: mis palabras.
Las amadas. Las veneradas.
Las que me habitan como pájaros en una jaula de carne,
golpeando las costillas para no morir ahogadas.
Y
cuando ya no pueda pronunciarlas,
hilvanarlas o escribirlas,
cuando las sílabas se me deshagan en la boca
como ceniza en una corriente de aire,
que el fuego del infierno —ese infierno que tampoco existe—
me trague entera,
antes de condenarme al silencio.
Que me queme con una sola palabra aún viva en la lengua:
Fin.
martes, 14 de octubre de 2025
CIELO DE FUEGO Y ARENA MOJADA
Aquel verano de tantos años atrás,
el sol me ardía por dentro con tu mirada,
con el roce de tu piel dorada
y tu voz varonil, profunda y tenaz.
La pena que me llevó a vacacionar allí
se borró apenas tus ojos me rozaron,
ojos que en mi juventud soñaron
antes incluso de verte venir.
Y así
corrían los días, lentos y encendidos,
bajo un cielo de fuego y arena mojada;
nuestros cuerpos, en sombras entrelazados,
bebían el néctar de besos prohibidos.
Promesas de siempre, palabras aladas,
sin contar las horas ni mirar el calendario,
como si el mundo entero y su horario
se rindieran al latido de nuestras miradas.
El verano de nuestro amor fue como un sueño
del que no quería despertar,
pero la vida no es un sueño,
y el tiempo sigue adelante.
Ciegos
fuimos al filo del adiós,
y el verano se extinguió sin clemencia;
el último beso llegó con su dolencia,
y el viento lo guardó, callado testigo de los dos.
Las promesas de un mañana se dijeron
con labios temblorosos, en voz quedada,
mas nunca florecieron en la alborada:
como semillas de humo en el aire murieron.
Aún
guardo ese beso de despedida,
como una rosa seca entre mis memorias,
como un relámpago suave que no olvida
la sombra tibia de nuestras historias.
Y todavía busco tu mirada perdida
entre ojos cansados y gestos sin luz,
con la esperanza de hallar, tras tanta cruz,
el destello azul que mi alma anida.
.
EL ARTESANO Y LA VIDENTE
Bajo la fortuna
de la runa Fehu nació Eirik, joven artesano de la madera. Sus
manos parecían tocadas por los dioses: todo lo que tallaba cobraba alma.
Animales, ancianos, niños, criaturas míticas… cada figura tenía un latido
secreto escondido en las vetas del roble y el fresno.
Era armonioso
con sus pares y con la naturaleza. Dulce, comprensivo, piadoso. Los ancianos lo
honraban, los niños lo seguían, los animales del bosque no le temían. Muchas
jóvenes lo admiraban en silencio, pero él no había conocido aún el amor humano.
O tal vez sí.
Eirik estaba
enamorado de su propia obra: una figura femenina tallada con devoción. Una
joven de piel pálida, labios pequeños y mirada perdida en un mundo invisible.
Sostenía entre sus manos una jaula vacía, y vestía un sencillo ropaje que
rozaba el piso de madera. La había soñado incontables noches. Incluso la había
buscado entre los árboles cercanos a su aldea, como si la hubiera recordado de
otra vida.
Una tarde de
bronce y sombras largas, Eirik se internó en el bosque en busca de madera.
Llevaba su hacha como se lleva un compañero de ruta. Tras un espeso corredor de
pinos, llegó a un claro cubierto de hojas húmedas y aire de misterio. Allí, el corazón le dio un vuelco.
Ella estaba allí.
Exactamente
como la había tallado: la piel clara como leche de luna, los labios menudos, la
mirada altiva y herida, y la jaula vacía en sus manos. La luz se filtraba entre
los árboles como cuchillos dorados, y un viento frío movía su cabello como un
presagio.
—Tú no me viste
aquí, joven artesano —dijo ella con voz leve pero firme, como el filo de una
daga envuelta en terciopelo.
—Soy Eirik —respondió
él, con temblor y certeza—. Y te amo. Siempre te amé, aun antes de nacer.
Ella inclinó
apenas el rostro, sin sorpresa.
—Lo sé. Mi runa
es Perthro. Soy Sigrún, hija del destino oculto. Veo lo que otros
ignoran. Pero debes saber por qué estoy aquí.
Sus ojos se
velaron un instante, como si recordara una herida:
—Mis padres
guardaban en esta jaula dos pájaros bellísimos. Lloraban en su encierro. No
soporté escucharlos más. Robé la jaula y huí al bosque para liberarlos. Como yo
soy libre, ellos debían serlo también.
Eirik sintió
una mezcla de admiración y desgarro.
—Piadosa
Sigrún, si vuelves a tu hogar, serás castigada sin piedad.
Ella alzó la
mirada, y por un instante, pareció que un cuervo blanco cruzaba el cielo encima
de ellos.
—Lo sé. Pero es
mi destino.
Eirik dio un
paso hacia ella, el crujido de las hojas bajo sus botas sonó como un juramento.
—Te ofrezco mi
hogar. Mi techo, mis manos, mi nombre. No volverás sola a ningún lugar.
Sigrún lo
observó con una mezcla de ternura y sombra. Entonces, algo cambió en el aire.
Los árboles dejaron de moverse. Hasta el viento contuvo la respiración.
Desde lo
profundo del bosque resonaron pasos, cascos o botas, no estaba claro. Voces
ásperas, respiraciones agitadas. Habían venido por ella.
—Encontraron el
rastro —susurró Sigrún—. No hay escondite cuando el destino ya decidió.
Eirik se colocó
delante de ella como un muro vivo.
—Entonces que
me encuentren a mí también.
Ella sonrió con
dolor y destino:
—No. Tú naciste
bajo Fehu: estás hecho para crear, no para morir hoy. Yo soy hija de Perthro, y
todo lo oculto debe revelarse alguna vez.
Antes de que él
pudiera hablar, Sigrún tomó sus manos y las posó sobre la jaula vacía.
—Tallaste mi
cuerpo antes de conocerme. Ahora tendrás que tallar mi ausencia.
Una rama se
quebró a pocos pasos. Gritos. Hierros. Perros.
Sigrún, sin
temor, se internó hacia las sombras, entregándose a lo que la llamaba. Eirik
quiso correr tras ella, pero sus piernas se anclaron al suelo como raíces
viejas.
La última
imagen fue su cabello perdiéndose entre la niebla y el óxido de los troncos.
Cuando la noche
cayó, Eirik regresó a su taller. La figura tallada seguía en su mesa, pero la
jaula entre sus manos ya no estaba. Las astillas que alguna vez fueron barrotes
yacían en el suelo, como huesos quebrados.
Y el bosque,
desde lejos, parecía respirar su nombre.
EL VOCÁN SALVAY
Era el CEO de una compañía de multimedios. Poseía el conocimiento, la destreza y la inteligencia necesarias para ocupar aquel puesto. Además, era un hombre de porte distinguido: bien parecido, de modales precisos, con una cortesía que abría puertas y despertaba admiración. Pero dentro de sí habitaba un volcán dormido, un fuego en reposo que ante la injusticia comenzaba a latir, encendido, rugiendo por salir.
Sabía contenerlo. Su vida entera era un ejercicio de dominio: gestos medidos, palabras exactas, emociones encerradas bajo llave.
El Director de Operaciones, su
mano derecha y persona de absoluta confianza, era un hombre que aparentaba
simpleza, conformidad y compañerismo. Su serenidad inspiraba respeto. En él,
Salvay veía las virtudes que más valoraba: la prudencia, la calma y, sobre
todo, la lealtad.
Durante años funcionaron como un
engranaje perfecto: él, la mente; Ibáñez, el movimiento silencioso que hacía
girar la estructura. Pero nadie imaginaba lo que se gestaba en el interior del
hombre tranquilo. Bajo la máscara de fidelidad, Ibáñez tejía su sombra.
Manipulaba con paciencia de araña, moviendo los hilos invisibles que un día
harían caer al propio Salvay en su trampa.
Cuando el plan se cumplió, todo
se derrumbó con una rapidez devastadora. Bastaron unos días para que la
empresa, su nombre y su orgullo se vinieran abajo. El poder que lo había
sostenido se desvaneció como ceniza entre los dedos.
Ibáñez ignoraba que aquel hombre
cortés y mesurado llevaba en su pecho un volcán contenido por años. Y que la
traición, esa herida sin forma, sería la chispa. Fue un golpe tan cruel que su
alma se astilló como vidrio. La injusticia le ardió por dentro, encendiendo
cada rincón de su cuerpo. Despertando su sombra mas oscura, la ira.
Esa noche, solo, recostado en el
amplio sillón del living, Salvay dejó de contener el fuego. No gritó, no lloró.
Simplemente dejó que el volcán despertara. Las paredes comenzaron a temblar, el
aire se volvió espeso, el silencio se transformó en brasa.
Cuando los bomberos llegaron, la
mansión era un infierno de llamas y humo. Lograron apagar parte del fuego, pero
no hallaron ningún cuerpo, ningún rastro. Solo un charco de lava aún hirviente
en medio del salón.
Una lava que, pese al agua, seguía viva, respirando como si esperara volver a
arder.
EL DIA DESPUÉS
Desperté
con un dolor que no cabe en el cuerpo. Un dolor que cruje en los huesos, que se
arrastra por la sangre como veneno espeso. Es mío… y también es el que
provoqué. Volví a caer en el mismo abismo tejido con mis propias manos, en esas
trampas que conozco de memoria pero igual piso, como quien se empuja al vacío
con los ojos abiertos.
¡Qué
tormento indescriptible! ¿Cómo se reconstruye un cristal que hice explotar en
mil fragmentos afilados? No existen palabras que puedan recoger los pedazos. No
hay perdones capaces de suturar lo que astillé. Las frases que dije quedaron
marcadas en su corazón como hierro candente, quemando todo lo que tocaron.
Mis
palabras fueron dagas lanzadas con precisión mortal. Se clavaron hondo,
atravesaron piel, carne, historia, sueños. No se pueden arrancar: ya dejaron
grietas, ya tiñeron de rojo lo que era claro. Estallé como un vitral arrojado
desde una torre, y cada trozo de mi furia cayó sobre la persona que amo. Sin
justificación, sin pausa, sin misericordia.
¿Quién
podrá devolverme un respiro sin espinas? ¿Dónde se esconde la alegría ahora que
todo sabe a ruina? Yo soy mi propio carcelero y mi sentencia. Me impuse un
castigo que no conoce piedad: caminar entre los restos punzantes de lo que
destruí, descalza, con el alma abierta, sabiendo que fui yo quien encendió la
explosión.
sábado, 11 de octubre de 2025
EL CELULAR
Recostada plácidamente en el sillón del living, como si mi cuerpo flotara en un estanque tibio, dejaba que el pulgar viajara sin rumbo por una fila interminable de videos en el celular. Las imágenes desfilaban como fuegos fatuos: sonrisas de utilería, cuerpos fabricados, promesas con brillo de plástico. De pronto, algo cruje adentro mío. Salgo de mi trance y miro la hora: dos horas evaporadas en silencio, como humo invisible. No aprendí nada, no me estremecí, no fui más feliz. Solo me dejé arrastrar por un torbellino de luces que no iluminaban nada.
Quedé quieta, en un silencio que dolía como eco.
Pensé que no quería regalar mi vida así, a pantallas que mastican el tiempo.
Reconocí lo que me costaba admitir: estaba aburrida. Y aun así tenía mil
puertas abiertas para habitar algo verdadero.
Me levanté y caminé hasta el comedor. La notebook
esperándome, abierta como un animal dormido. El cursor titilaba en un documento
vacío, parpadeando como un corazón débil, recordándome que también yo había
estado vacía esas dos horas. Me senté. Entonces la mente, como si despertara de
golpe, empezó a desplegar alas. Imaginé mundos, nombres, voces, heridas,
ciudades que no existen y personas que quizá sí. Una de esas historias se me
acercó como quien susurra un secreto al oído, y me invitó a escribir.
No sé cuándo el silencio se volvió música. No sé
cuándo mis dedos empezaron a correr por el teclado como si tuvieran memoria
propia. Había un vértigo dulce, una fiebre, un latido. Las palabras caían como
luciérnagas sobre la noche blanca de la pantalla.
Hasta que el timbre irrumpió como un disparo en
medio de un sueño. Parpadeé. Volví a la sala, al mundo con polvo, calle y
timbre. Miré la hora: habían pasado cuatro horas. Cuatro horas que no se habían
ido, se habían transformado. En ese tiempo viajé, lloré, amé, conocí criaturas
imposibles y verdades que tal vez eran mías. Todo había ocurrido en mi cabeza…
y también en la pantalla.
El celular seguía sobre el sillón, apagado,
quieto. Por primera vez en mucho tiempo, no sentí que el mundo estaba allá
adentro. Lo tenía, entero, acá.
viernes, 10 de octubre de 2025
OTHILA
Reto de Lidia Castro Navas: https://lidiacastronavas.com/2025/09/01/escribir-jugando-septiembre-25/
- Crea un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándote en la carta.
- En tu creación debe aparecer la runa: Othila
Sentado ancestralmente en su sillón, mi abuelo evocaba vivencias de sus antepasados. Yo lo observaba, absorto. Historias nórdicas de guerreros templados, mujeres de familia, hombres sabios, se desplegaban como tapices dorados ante mis ojos.
Parecía haber nacido bajo la influencia de la runa Othila, reflejada en su estabilidad y unión familiar. Siempre lucía una flor de loto de magnolia en el bolsillo de su impecable saco, cuya esencia parecía protegerlo y guiar su espíritu. Nunca conocí un hombre tan sereno, tan profundo, cuyo silencio contaba más que mil palabras y cuyas raíces abrazaban sus antepasados con calma y noblezaABISMO
Inevitable, caí al filo del
abismo,
una caída gélida hacia tu desamor mismo.
El silencio, ensordecedor, de mil cristales,
se clavaba en mí, quebrando mis ilusiones.
Sombras
angustiantes danzaban a mi alrededor,
mostrando tu engaño, tu indiferente dolor.
Seguía cayendo, sin final ni consuelo,
enmudecí, sin preguntas, sumida en el duelo.
Cuando
toqué el frío abismo,
junté mis ramas y mis especias,
las incendié, morí en el fuego,
ardí de dolor sin comprender ni un ruego.
Y
entonces comencé a renacer…
Porque nunca supiste que soy Ave Fénix.
jueves, 9 de octubre de 2025
LA SONRISA DE LIDIA
Reto del Blog de Lidia Castro Navas https://lidiacastronavas.com/2025/10/01/escribir-jugando-octubre-25/comment-page-1/#respond
- Crea un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándote en la carta
- En tu creación debe aparecer el dado: gorro de bufón.
Carta: Dixit Daydreams. Dado: Story cubes fantasia.
Opcional:
Que aparezca en la historia algo relacionado con el tubo de pasta de dientes, inventor o su año de invención.
La sonrisa de Lidia.
Atrévete a reírte de lo que duele. Transforma tus heridas
en arte, tu contradicción en juego. ¿Ves el gorro del bufón? Nunca se le cae.
Lo que parece locura es, en realidad, tu modo de mantener viva la chispa de la
verdad interior. No te tomes tan en serio; la risa también es una forma de fe.
Imagina, ¿por qué Sheffield en 1896, estuvo tan ocupado en blanquear las
sonrisas? Por la tuya…
sábado, 20 de septiembre de 2025
BALSAMO Y RAÍZ
Bálsamo
y raíz.
Y de repente,
entre todo lo que brotaba de tu boca como gotas de llovizna —gotas que no
querías en tu vida— estuve yo.
Ya no querías mi presencia. Sin
explicaciones, en una lista de “no quiero”, estaba mi nombre. Fue como si una tormenta
cayera solo sobre mí, helada y desoladora, mientras el resto del mundo seguía
bajo un cielo claro.
No pude
entenderte. Pero supe respetarte. Siempre supe respetar las decisiones ajenas,
incluso cuando eran cuchillos dirigidos hacia mí.
Agaché la cabeza —que pesaba como una
piedra saturada de lluvia— y dije en voz baja: bueno, me
voy.
Luego llegó el
silencio.
Recogí mis cosas despacio, como quien
junta restos de un naufragio en la orilla. Me asombraba no sentir nada: era el
adormecimiento del corazón.
Un corazón cansado, como un pájaro de
alas rotas que ya no quiere intentar volar.
Un corazón anestesiado, convertido en
mármol, incapaz de llorar.
Ya no puedo
llorar, ya no.
Pero puedo escribir.
Quizás estas palabras sean lágrimas
transfiguradas: gotas pesadas y afiladas que no ruedan por mis mejillas, sino
que caen sobre el papel como fragmentos de cristal.
No guardo
rencor; tampoco busco entender. ¿Para qué? El corazón fatigado solo quiere
reposar en la soledad tranquila de mi hogar, abrazado a lo que aún amo.
Allí, entre paredes que conocen mi voz
y rincones que guardan mis huellas, podrá rehacerse.
Allí, como semilla enterrada en la
sombra, hallará la fuerza para volver a brotar, para alzarse otra vez después
de este abismo.
Solo el tiempo.
El tiempo como bálsamo y como raíz.
lunes, 14 de julio de 2025
NOSOTROS, REGRESO DE ESTACIÓN
Podría escribirte tantas palabras...
Palabras que brotan sinceras,
como brotes verdes de una primavera recién nacida
en el jardín de mi alma inquieta.
Podría decirte, por ejemplo,
que el tiempo ha pasado,
que estuvimos ausentes de nosotros mismos,
como se ausenta, obstinado, el verano
cuando el otoño tiñe los árboles de despedida.
Pero el verano promete volver,
con su mismo fragor de sol y promesas.
Como vos y yo,
que regresamos a nuestras rotas orillas,
con las mismas palabras
un poco más tristes, quizás,
pero aún vivas.
Te prometo que nos quedan muchos veranos,
de esos que vos amás,
para desnudarnos el alma
como árboles que se entregan al viento,
para descifrar los nudos que duelen,
esos que nos dejan rotos
y melancólicos a la vera del camino.
Nos daremos la mano,
y saldremos juntos de nuestros pozos,
de esas sombras que nos tragan los pies.
No nos permitiremos retroceder:
tenemos eternos presentes
para beber de a sorbos,
como vino cálido entre los labios.
Aprovechemos esta sagrada oportunidad.
Entendamos nuestras miserias
como parte del mapa que nos une.
Amemos nuestras locuras
como luciérnagas en noches largas.
Disfrutemos nuestras luces
sin pedirle permiso a la sombra.
El presente es eterno.
Y en él, estamos vos y yo,
despiertos, imperfectos,
pero juntos.
DEJÁTE IR
Ese daño… ese dolor inmenso,
como fuego abismal que todo lo consume.
Esa angustia lacerante que habita en vos,
clavada como astilla en el alma,
es solo tuya —
guardada en un cofre hermético
enterrado en lo más hondo de tu ser,
nunca abierto, nunca nombrado.
Pero déjame decirte, amor,
que puedo sanarte.
Deposita en mis manos ese dolor.
Déjalo caer,
como agua oscura escurriéndose entre mis dedos.
No me hará daño —
no es mi dolor,
y esta alma mía ha ardido en tantos incendios
que ya no le teme al fuego.
¿Qué podría asombrarme,
si he danzado entre ruinas
y he sembrado flores en campos arrasados?
Compartí ese peso conmigo.
Dejá de cargarlo solo.
Ese fuego abrazador
que te deja el alma en brasas
y te siembra un rencor silente,
de esos que no se gritan
pero queman por dentro —
compartilo conmigo.
Yo lo voy a soltar.
Lo dejaré volar
como una bandada de pájaros negros
que al fin encuentran el cielo abierto.
Y entonces,
sentirás el alivio de ver partir lo que te quemaba,
lo que te dejaba mudo por dentro.
Yo lo sé.
Yo también he tenido fuegos internos,
y los he dejado ir.
He sentido ese suspiro profundo
que viene cuando uno se vacía del dolor.
Por eso te lo propongo:
soltalo.
Liberate de esa carga
que te enferma,
que te atrapa en el rencor,
que te impide avanzar.
¿Por qué no compartir con quien te ama
tus partes rotas?
Todos tenemos grietas.
Yo te mostré las mías,
y aun así,
seguís a mi lado.
Amor…
Déjate ir.
Soltá ese dolor.
Volvé
a respirar.
miércoles, 25 de junio de 2025
TIRANA
Oh, Bella Tirana de mi Pluma
Oh, bella mujer, de rasgos felices,
disruptiva entras en mi paz.
La gran tirana de mi pluma,
¿por qué me incitas a escribirte?
Apenas te conozco,
solo puedo reconocer
la belleza de tus palabras,
dulces como néctar,
y la luz de tu rostro,
un faro que ilumina mi sendero.
A partir de allí
podría adivinar
la algarabía de una
dulce mujer,
un jardín de risas
donde florece la alegría.
Pero sigues siendo
la gran tirana,
el huracán que desordena mis versos,
la luna llena que rige la marea de mi inspiración.
VICTORIA DEL AMOR
El Lamento del Guerrero por su Amor Perdido
Mi pequeña, mi amada, frágil como una gota de rocío y
dulce como néctar de miel. Te han arrancado de mí, llevándote lejos. Aquellos
que juzgan el amor sin sentirlo, dicen que no te merezco. Pero mi alma sabe la
verdad. Te imagino etérea, con tus largos cabellos rubios ondeando mientras
recoges flores en un jardín, vestida de rosa, como tanto te gusta. Inmensamente
tú, terriblemente sola. Mi corazón, que ha conocido guerras y batallas, fuerte
como una roca, se estremece al pensar en tu soledad y desasosiego, que espejan
los míos. Mi pecho sangra al saber que no estás, sin que nadie me revele dónde
te han escondido.
Recordé entonces a tu fiel amiga, el hada diminuta del
bosque, a quien confiabas los secretos de nuestro amor. Iría a buscarla, sin
importar mi apariencia de guerrero que pudiera asustarla. Rogaba a los dioses
que se apiadaran, pues en ella residía mi última esperanza para llegar hasta
ti.
El Encuentro en el Bosque Profundo
Me adentré en la umbría del bosque. Las criaturas, al
verme, abrían paso con reverencia. En lo más profundo, allí la encontré. Sin
mediar palabra, me tendió una irisada mariposa, una belleza jamás vista por mis
ojos. Su vuelo, un susurro silencioso, era la sentencia: debía llevarla a la orilla
del río y liberarla. Ella volaría hasta mi amada y, al llegar, un arcoíris se
formaría en el cielo. Solo tendría que seguirlo para encontrarme contigo.
Lleno de una ilusión que encendía mi alma, emprendí la
labor. La mariposa, consciente de su sagrada misión, alzó el vuelo. Pasaron
horas, eternas y silenciosas, mientras mi mirada se perdía en el firmamento. Y
entonces, como un milagro tejido con hilos de luz, el arcoíris se desplegó.
Partí de inmediato, siguiendo sus colores vibrantes a través de días de
incansable camino.
El Reencuentro Bajo el Arcoíris
Finalmente, el sendero me condujo hasta ti. Te encontré,
durmiendo plácidamente sobre un colchón de paja, con la mariposa irisada
custodiando tu sueño a tu lado. Tu bello vestido rosado, una nota de color en
la penumbra, apenas se movía con tu respiración suave. Me acerqué, mi corazón
latiendo con la fuerza de mil tambores, y me arrodillé a tu lado. Con ternura
infinita, te tomé la mano, sintiendo la calidez de tu piel. Tus ojos se
abrieron lentamente, y una sonrisa se dibujó en tus labios al verme. En ese
instante, el mundo se desvaneció. Solo existíamos tú y yo, envueltos en la
promesa de un amor que había desafiado la distancia y la desesperación, un amor
tan eterno y brillante como el arcoíris que nos había reunido.
lunes, 23 de junio de 2025
¿BIENVENIDA?
La misma sensación de los domingos al atardecer se posa
sobre mí, una melancolía que se teje con el
hilo fino de la luz menguante. Esta vez, sin embargo, se
agudiza, se afila, punza con el abrazo frío de la tarde. Es una extraña levedad la que se instala en el
cuerpo, como si el alma se desprendiera lentamente, ascendiendo
en un suspiro. Los ojos, tercos y obstinados, se humedecen sin permiso,
rebelándose a la voluntad de contención. Mis manos, pequeñas y desamparadas,
buscan refugio instintivamente en el calor de mi regazo, como crías de pájaro anhelando el nido.
El cuerpo entero parece ser llamado por un sonido inaudible, una sirena silenciosa que lo arrincona en la cama,
buscando el cobijo de las sábanas como si fueran un caparazón protector. Son
los mismos síntomas de siempre, el ritual ineludible de esta emoción.
Y por dentro, una sensación que arde con la
furia contenida de una brasa incandescente en el centro del pecho,
un peso que me oprime, una piedra que no puedo mover. Me acurruco, busco la
posición fetal, la calidez que promete un consuelo, pero es inútil. La
estrategia falla, el dolor persiste. Las lágrimas, traicioneras y sin control,
comienzan a brotar, un manantial repentino que no
obedece a la razón. Intento encontrar un porqué, busco causas,
analizo cada rincón de mi memoria, cada evento de la semana, de la vida.
Indago, investigo en los laberintos intrincados de mi propia cabeza, buscando
la lógica, la explicación que justifique esta avalancha. Pero no la hay.
Simplemente me siento angustiada. Con este dolor sordo y persistente en el pecho, con estas lágrimas
que brotan sin freno, sin un motivo aparente, sin una razón que las ordene.
Comprendo que la única salida es dejarla fluir. Necesito
soltar las amarras, permitirle a esta emoción que sea, que se manifieste en
toda su plenitud. Porque así como la risa desbordante de la felicidad necesita
expresarse, así como la ira necesita su descarga o la alegría su celebración,
la angustia también demanda su espacio. Es una parte intrínseca de nuestra
humanidad, una marea interna que sube y baja
sin nuestro control. Cada domingo, entonces, haré una tregua.
Me amigaré con ella, con esta sensación que me visita, y la dejaré entrar, como quien abre la puerta a un viejo y
conocido visitante que, aunque no siempre deseado, forma parte del paisaje. Le daré la bienvenida, le permitiré
que se exprese libremente, con la esperanza de que, una vez vivida, se disipe
como la niebla al amanecer, dejándome de nuevo en calma. Es un acto de
aceptación, una forma de honrar el sentir, porque solo al permitir que la
emoción se complete, podemos verdaderamente avanzar.






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